Este anillo lo compró mi madre cuando yo tenía 14 años y ella 36. Lo elegí en un viaje que hicimos juntas: era el momento en el que su carrera profesional despegaba hacia el infinito y, al fin, esa mujer independiente podía comprarse una joya por sí misma. Hace algunos años sus manos empezaron a deformarse por el paso del tiempo: son la única parte de su cuerpo que no permanece bella; aún hoy, a sus 70, es una mujer hermosa, inteligente y enérgica .

Y entonces me prestó, por tiempo indefinido, ese anillo que yo había elegido para ella.

Cuando lo uso, siento ese poder femenino -que también soy-, esa certeza de que mi impulso verdadero es elegir siempre el camino del deseo. Uso este anillo cuando necesito recordarme que alcanzar mis metas se anuda con ese poder; aunque siempre sopese los costos y luego elija el precio que estoy dispuesta a pagar.

Y ahí está mi verdad distinta de la suya. Válidas ambas.

Sin lugar a dudas, heredé de ella esa valentía de pensarme “en lucha”.

Y si bien las verdades de cada una son diferentes, en esas diferencias, en esas similitudes mi verdad y la suya conviven, enriquecen nuestro vínculo que es amor por sobre todas las cosas.

Mariana Szwarc